«No hay en todo el mundo nada más valioso que la sonrisa de un niño feliz». L. Frank Baum, La vida y las aventuras de Santa Claus
LA mitología en Estados Unidos, como en la antigua Roma, es en gran medida una derivación de otras mitologías. Tenemos algunas leyendas autóctonas (Juanito Manzanas y el Leñador Gigante[1], por nombrar un par) y algunos cuentos fantásticos sobre George Washington y otros primeros dignatarios, pero nuestros grandes mitos son descendientes de las tradiciones judeocristianas de la Europa occidental.
¡Con una excepción! Existe un único personaje maravilloso, tan inmortal como Pan, cuyo carácter ha sido moldeado casi en su totalidad por la imaginación estadounidense. Lo más sorprendente es que, como veremos, sus rasgos distintivos fueron creados principalmente por residentes de Manhattan. Me refiero, por supuesto, a Santa Claus.
No confundamos a Santa con sus pálidos predecesores y sus curiosos homólogos. San Nicolás, obispo de Myra (en Asia Menor) del siglo IV, suele ser retratado como alto y delgado. Fue muy venerado durante toda la Edad Media, especialmente en Rusia y Grecia; en esas tierras se convirtió en patrón nacional. En el siglo XII, su fiesta, que se celebraba el 6 de diciembre, se había convertido en una festividad oficial de la iglesia en toda Europa, pero después de la Reforma cayó en descrédito en los países protestantes y su culto se desvaneció incluso en las regiones católicas. No pasó mucho tiempo hasta que la fiesta de San Nicolás se fusionó con el 25 de diciembre, que durante mil años había sido el día oficial para celebrar el nacimiento de Jesús.
Holanda fue el único país protestante donde sobrevivió San Nicolás, y allí se convirtió en un repartidor de regalos parecido a Santa Claus. Desde hace 600 años, en la víspera de San Nicolás, los niños holandeses ponen sus zapatos junto a la chimenea, junto con algo de comida para el caballo del santo. Durante la noche, Sintirklass y su ayudante moro Zwarte Piet (el negro Perico) llegan en barco desde, precisamente, España. El santo monta un caballo blanco que galopa por el aire y que lo lleva de tejado en tejado. El negro Perico va tras él. Entretanto el moro baja por las chimeneas para dejar los regalos que trae el santo, éste, que no desea ensuciar su túnica blanca y su sotana roja, no hace más que dejar caer caramelos por la chimenea para llenar con ellos los zapatos.
Las historias de los legendarios repartidores de obsequios que en otras tierras visitan los hogares durante el invierno son coloridas y muy variadas. En Inglaterra existe Papá Navidad, un anciano caballero de barba blanca que, según un espléndido ensayo de G. K. Chesterton[2], agoniza en las tierras británicas desde la Edad Media. Su homólogo en París y en el Canadá francés es Père Noël, Papá Noel en los países hispanohablantes. La alemana Kriss Kringle, en realidad Christkindl o Niño Jesús (curiosamente en Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, el nombre «Kriss Kringle»se asoció a Santa Claus), no es el niño Jesús sino una especie de hada quien trae los regalos.
En Italia, la noche de Epifanía (del 5 al 6 de enero), el hada buena Befana se desliza por la chimenea montada en una escoba para llenar zapatos y calcetines de dulces y juguetes. La figura de Befana se remonta a una antigua creencia romana, pero también existe una leyenda cristiana que cuenta que fue una mujer que barría su casa cuando los magos de Oriente llegaron a su puerta y le pidieron que los acompañara a Belén. Befana les respondió que se encontraba demasiado ocupada y se negó. Más tarde se arrepintió de su decisión y desde entonces vaga por el mundo víctima de una maldición análoga a la del Judío Errante[3]. Una vez al año registra las casas, observando los rostros de los niños dormidos, con la esperanza de encontrar entre ellos al Niño Jesús. En España, los propios magos de Oriente llegan a caballo o en camello para repartir regalos durante la noche de Epifanía. El «Santa Claus» americano es muy conocido en Canadá y su influencia se ha extendido a regiones más distantes. En los países escandinavos, un anciano gordo y de barba blanca llega a los hogares en un trineo con un morral cargado de juguetes. Los renos tiran de su trineo también en Noruega y Finlandia. Rusia ha abolido oficialmente la Navidad (7 de enero en el calendario ruso), en la que San Nicolás solía colocar regalos alrededor de un abeto adornado con oropel; ahora allí el árbol se decora en Nochevieja y es Дед Мороз, el Abuelo Invierno, quien trae los juguetes en compañía de su asistenta, Снегурочка, la Doncella de las Nieves; el Abuelo Invierno de hoy en día allí es gordo, tiene barba blanca y viste un traje rojo, como Santa[4]. En Tokio, la Nochebuena es una gran saturnal: Jingoru Beru («Cascabel, cascabel») se puede escuchar en todas partes, la gente se pasea diciendo Meri Kurisumasu y los grandes almacenes de moda visten a sus más bonitas tenderas con minifaldas a imitación del atuendo de Santa Claus.
Pero basta de hablar acerca de estas réplicas de Santa. En la América colonial, los primeros inmigrantes holandeses de Nueva Amsterdam (Nueva York) naturalmente trajeron consigo a San Nicolás. Washington Irving, en su socarronamente seria Historia de Nueva York contada por Díedrich Kníckerbocker (1809), fue el primero en escribir sobre el San Nicolás americanizado, y los estudiosos todavía discuten hasta qué punto son auténticas las palabras de Irving. No está claro exactamente cómo era el santo, pero se nos dice que los niños holandeses colgaban sus medias junto al fuego en la víspera de San Nicolás, y el santo vendría «volando por sobre las copas de los árboles» en un «carro» para arrojar juguetes y dulces chimenea abajo[5].
Ahora viene la parte más sorprendente de nuestra historia. El Dr. Clement Clarke Moore era profesor de griego y hebreo en un seminario episcopal que había ayudado a establecer cerca de su casa en lo que ahora se llama la sección Chelsea de Manhattan. Cierta fría Nochebuena de 1822, el Dr. Moore recitó a sus hijos un poema que había escrito para ellos. Finalmente llegó al editor del Troy Sentinel, en Nueva York, quien lo publicó de forma anónima el 23 de diciembre de 1823, como Relato de una visita de San Nicolás[6].
El poema se reimprimió ampliamente en todo el país, pero Moore no reconoció su autoría hasta que apareció en una colección de versos de Nueva York en 1837. Posteriormente lo incluyó en un libro recopilatorio de composiciones propias. Ninguno de los poemas más «serios» de este libro de 1844 se recuerda ahora, pero Una visita…, que Moore escribió tan descuidadamente, se ha convertido en el mejor poema navideño en inglés. Ha sido reimpreso miles de veces e ilustrado por cientos de artistas, y ha generado decenas de parodias y secuelas, de las cuales Rodolfo, el reno de la nariz roja es la última y la mejor.
La idea de que es el mismo Santa Claus quien baja por la chimenea parece haber sido original de Moore. Para ello era necesario convertir a San Nicolás en un ser pequeño y de lo más parecido a un duende. Probablemente también fue Moore quien le dio a Santa sus ojos brillantes, sus mejillas sonrosadas, su nariz rojo cereza y el morral cargado de juguetes, pero la pipa y el gesto del dedo en la nariz vinieron de Irving. «Y cuando San Nicolás hubo fumado su pipa», escribió este último, «la retorció en la cinta de su sombrero y, colocando su dedo junto a su nariz, dirigió al asombrado Van Kortlandt una mirada muy significativa; luego, subiendo a su carro, regresó por donde mismo había venido y desapareció sobrevolando las copas de los árboles ».
«¡Ese trineo tirado por renos fue pura inspiración!», exclama Burton E. Stevenson en sus Famous Single Poems; sin embargo, sabemos que esta idea tampoco fue original de Moore. En 1821, un año antes de que éste escribiera su poema, se publicó en Nueva York un pequeño libro titulado The Children's Friend: A New Year's Present to Little Ones from Five to Twelve. Es sumamente raro, pero encontraréis sus ocho páginas reproducidas en color en el duodécimo volumen de American Heritage, publicado en diciembre de 1960. Cada página tiene una estrofa debajo de una imagen; la primera reza:
«Con sumo goce el viejo Santiclós
conduce sus renos esta noche helada
a través de largas extensiones de nieve
rumbo a las chimeneas, en las que se mete
una vez al año para traerte sus regalos».
La ilustración muestra a Santa Claus en un trineo tirado por un reno. No sabemos si Moore vio este libro. Tampoco sabemos si el trineo y los renos fueron creados por su autor anónimo o si ya se habían convertido en parte del folklore navideño de Manhattan[7].
El poema de Moore no revela dónde vive San Nicolás, pero tanto los renos como el santo «vestido todo de piel desde la cabeza hasta los pies» sugieren que su hogar se encuentra en las regiones polares. A partir de ahí, poco más había que imaginar para proporcionar a Santa Claus una fábrica en las inmediaciones del Polo Norte y muchos ayudantes, tal vez incluso una esposa. Y al holandés «Sintirklass»no le resultó difícil convertirse en «Santiclós» o «Santa Claus».
El segundo gran contribuyente a la clausología fue el caricaturista de periódicos de origen alemán Thomas Nast. Él también era un neoyorquino, más conocido hoy por sus ataques al tigre de Tammany Hall, una bestia que creó junto con el elefante y el burro como símbolos de los partidos políticos Republicano y Demócrata respectivamente. El primer dibujo de Santa Claus que Nast hizo fue en 1863. Le siguieron muchos otros, la mayoría en la década de 1880 para las ediciones navideñas de Harper's Weekly. Nast hizo dos cambios significativos en la imagen que Moore tenía del santo. A veces agrandaba a Santa hasta convertirlo en un hombre gordo de estatura normal y reemplazaba el pelaje con un traje de satén rojo adornado con armiño blanco. El sombrero puntiagudo, las botas de piel de vaca y el ancho cinturón negro fueron otros toques de Nast.
Sería verdaderamente extraño que L. Frank Baum, el mayor autor norteamericano de fantasía juvenil, hubiera descuidado el más grande de nuestros mitos nativos. En su primer libro de fantasía, Mother Goose in Prose (1897)[8], cada capítulo se basa en una de las populares canciones de cuna de Mamá Oca. Unos años más tarde concibió escribir una novela completa que haría más o menos lo mismo con el mito de Santa. La George M. Hill Company, editorial de Chicago que publicó El maravilloso mago de Oz[9], planeaba publicar La vida y las aventuras de Santa Claus de Baum en 1902, pero la empresa quebró y el contrato fue para The Bowen-Merrill Company, de Indianápolis.
La primera impresión de la primera edición de Bowen-Merrill, en 1902, tenía una cubierta de tela roja estampada en negro, verde, fuego y blanco. La forma más rápida de identificarlo es mediante los títulos de las secciones, que dicen simplemente «Libro primero», «Libro segundo» y «Libro tercero». Las ilustraciones son 20 inserciones en color de Mary Cowles Clark, seis a todo color, 14 en rojo y negro. El libro recibió más de 100 reseñas periodísticas, casi todas elogiaban tanto el cuento como las imágenes.
La señora M. C. Clark era originaria de Siracusa[10], donde alguna vez había vivido el propio Baum. En algún momento antes de 1902, mientras Baum se encontraba allí para visitar a unos familiares, conoció a la señora Clark y quedó gratamente impresionado por su talento artístico. Al parecer fue él quien le pidió que ilustrara su libro. Un recorte contemporáneo sin fecha de un periódico de Siracusa, conservado en uno de los álbumes de recortes de Baum informa que la Sra. Clark está completando sus ilustraciones para el libro y que diseñó su portada. Una entrevista mucho posterior con la Sra. Clark, en el Syracuse Post Standard, publicada el 10 de noviembre de 1941, trata sobre una exposición de sus acuarelas y bordados. La periodista nos dice que es «la ilustradora de éxito de muchos libros para niños», pero los únicos dos libros mencionados son el de Baum y un libro de cocina de Linda Hull Larned.
En la segunda edición de 1902 de La vida y las aventuras de Santa Claus, los títulos de las secciones se cambian a «Niñez», «Adultez» y «Vejez». Se omiten ocho láminas en color, pero se añaden numerosas ilustraciones marginales. La edición de Dover es una reimpresión de esta segunda edición. Sin embargo, las 20 láminas en color originales se conservan en dicha edición en blanco y negro. (Para puntos detallados sobre las distintas ediciones, consultad el artículo de Dick Martin en The Baum Bugle, Navidad de 1967, página 17.)
En la época de Baum, en general se sabía poco o nada sobre la gran antigüedad europea de Santa Claus; la mitología americana lo presentaba como un anciano sin una historia de vida temprana. Es este enorme vacío el que ahora Baum se proponía llenar construyendo una elaborada mitología de fondo. La única parte del mito americano que no aceptó fue la residencia de Santa en el Polo Norte. Los lugares en que Baum le sitúa son el gran Bosque de Burziria, justo al otro lado del Desierto Mortal que bordea la frontera sur de Oz, y el Valle de la Risa de Jojojó, que linda con Burziria al este.
En la mitología de Baum, a Dios se le llama Supremo Guardián. Debajo de él hay una trinidad de deidades menores: Ak, el Gran Guardián de los Bosques; Kern o Cléolo, el Gran Guardián de los Campos, Valles y Planicies y Bo, el Gran Guardián de los Mares. Deidades menores que el vetusto y barbigrís Ak son los alegres elfos o ryls que vigilan las flores de la tierra, los torcidos knooks o busgosos que custodian todos los animales, las hamadríades que protegen los árboles del bosque, y las hadas que velan por los seres humanos como los ángeles guardianes del cristianismo.
Zurlina, la de dorada cabeza, reina de las hamadríades, no debe confundirse con Lurlina, líder de la cuadrilla de hadas que hechizó a Oz. Necilé es una encantadora ninfa arbórea que, hace cientos de años, adoptó a un bebé que había sido abandonado en las afueras del bosque de Burziria y lo llamó Claus. En el idioma de las hamadríades esto significa «el hijo». Zurlina sugirió cambiarlo por Neclaus, que significa «el hijo de Necilé». (Baum cuenta en una nota a pie de página cómo este nombre se corrompió hasta transformarse en Nicolás, explicando así la «falsa» asociación de Claus con el santo católico). El pequeño crece con un sentimiento de amor y lástima por todos los niños mortales a quienes, como a él mismo, aún no ha alcanzado la «perdición de la humanidad».
«Si el hombre debe perecer», le pregunta Claus a Ak, «¿por qué nace?»
Todo en la tierra tiene su utilidad, explica Ak, y los mortales que son «útiles» «con seguridad volverán a vivir». «Incluso a los mortales, al término de su paso por la vida mundana, se les otorga una segunda existencia, imperecedera igual que la nuestra», dice Ak más tarde. Es la única ocasión en toda la fantasía de Baum donde se defiende explícitamente la doctrina de la vida después de la muerte.
Pues bien, convencido de que su misión en esta vida es dejar el mundo mejor de como lo encontró, Claus se va de Burziria para establecerse en el Valle de la Risa, donde, con la ayuda de los busgosos, construye una cabaña de troncos, utilizando sólo árboles caídos porque no destruirá a ningún ser vivo. Aprendemos cómo talla su primer juguete, cómo los elfos le enseñan a pintar sus tallas, cómo descubre el deleite de los niños pobres a quienes regala sus animales de madera.
No hay ningún Satán en la mitología de Baum, pero hay muchos tipos de criaturas malvadas. Las repugnantes gárgolas atacan los árboles. Shiegra, una leona, se habría comido al bebé Claus si no hubiera intervenido Ak. Los gigantes ayayays intentan destruir a Claus, y un capítulo entero está dedicado a la «gran batalla entre el bien y el mal» en la que el ejército ayayay (a que se suman dragones asiáticos, gigantes tártaros de tres ojos, demonios negros de Patalonia y duendes gucíledos) es completamente exterminado.
Aprendemos cómo Claus comienza a fabricar otros juguetes y a repartirlos en círculos cada vez más amplios. Se nos cuenta cómo dos renos le aconsejan que se construya un trineo y le prometen tirarlo, y por qué le parece necesario bajar por las chimeneas. A medida que su fama crece, la gente empieza a llamarlo el santo Claus o Santa Claus. Del simpático rey de los gnomos obtiene esquíes de acero para un trineo más grande y collares de cascabeles que hacen sonar los renos mientras viajan.
A medida que pasan los años, Claus envejece y engorda. Su cabello y su barba se vuelven blancos; se forman arrugas profundas en las comisuras de sus ojos brillantes. Está a punto de morir cuando su madre adoptiva Necilé implora la ayuda de Ak. Éste convoca un consejo de los inmortales. Votan por unanimidad para conferir al buen Claus la Capa de la Inmortalidad.
Aunque el viejo Santa recupera el vigor de la juventud, mantiene su apariencia envejecida. El creciente número de niños en todo el mundo le fuerza a adquirir cuatro asistentes inmortales: Quitrín, Perico, Cascarol y Befana. Cuando las novedosas chimeneas se hacen demasiado pequeñas para el estómago de Santa, sus asistentes comienzan a transportar juguetes a través de las paredes. Se recurre a los padres y a las jugueterías como ayuda para satisfacer las demandas de una población mundial en expansión. «¡Mejor mucho que nada!» profiere Santa Claus.
En tres ocasiones posteriores, Baum volvió a escribir sobre Santa Claus[11]. En el episodio del 18 de diciembre de 1904 de una serie de periódicos llamada Visitantes extranjeros de la maravillosa tierra de Oz, el Espantapájaros, el Leñador de Hojalata y el Gorgojo Grandemente Agigantado realizan réplicas de juguete de sí mismos y las llevan al Valle de la Risa para dárselas a Santa. The Delineator, en diciembre de 1904, imprimió el cuento de Baum El secuestro de Santa Claus, en que se cuenta cómo cinco demonios secuestran a Santa, cómo éste escapa y cómo un ejército reunido por sus cuatro asistentes enfrenta a los demonios. En El camino a Oz[12], Santa Claus es el más distinguido invitado a la fiesta de cumpleaños de Ozma. «Hola, Dorotea, ¿todavía tienes ganas de aventuras?», le pregunta el santo a Dorotea Borrasca cuando se ven por primera vez. «¡Y aquí también está Botón Brillante, caramba! ¡Qué lejos te encuentras de casa! ¡Válgame el cielo!»
Cuando Dorotea expresa asombro porque Santa conoce al padre de Botón Brillante, el santo le guiña un ojo al Mago entretanto responde a la niña: «¿Quién más crees que le trae sus corbatas y calcetines navideños?» (Este guiño de Santa Claus es uno de esos pequeños detalles maravillosos que a Baum le gustaba introducir en sus libros para divertir a los lectores más adultos).
Después de charlar con Polícroma, el Espantapájaros, el Leñador de Hojalata y el Peludo, Santa monta el Caballete para dar un paseo por la capital de Oz. En el banquete real, es Santa quien pronuncia el discurso principal e invita a todos a brindar por Ozma. Es Santa, montado en el Caballete, quien luego encabeza el gran desfile de los invitados por las calles de la Ciudad de las Esmeraldas. Le atisbamos por última vez cuando el Mago sopla una de sus gigantescas pompas de jabón en torno del santo para que lo traslade a casa.
¡Santa Claus en Oz! El anciano juguetero de veras se siente como en casa allí, y se supone que hace visitas frecuentes a la Ciudad de las Esmeraldas para ver a Ozma, Dorotea y sus amigos. La mayoría de los estadounidenses, que aún no han oído hablar del Valle de la Risa o del Bosque de Burziria, todavía suponen que el alegre santo vive en el Polo Norte. Es una curiosa superstición que hace poco daño, pero nosotros, los ozmopolitanos, sabemos que no es así.
MARTIN GARDNER[13]
Introducción a la edición de Dover de La vida y las aventuras de Santa Claus, de L. Frank Baum. The Life and adventures of Santa Claus, Dover Publications, Inc, Toronto y Ontario, Canadá, 1978. Traducción de David Guerra.
[1]Johnny Appleseed, conocido como Juanito Manzanas en los países hispanoparlantes, de nacimiento John Chapman (Leominster, Massachusetts; 26 de septiembre de 1774—Fort Wayne, Indiana; 11 de marzo de 1845) fue un pionero y héroe folclórico estadounidense. Educado para ser arboricultor, en 1800 empezó a recolectar semillas de manzana de los extractores de jugo en Pensilvania. Después viajó hacia el occidente por el valle del río Ohio, sembrando semillas de manzana a lo largo de su travesía, de ahí su apodo «Appleseed», que significa «semilla de manzana». Se hizo cargo de 485 625 hectáreas de sus propios huertos y fue responsable de cientos de millas cuadradas más, que no eran de sus terrenos, y vendió o regaló miles de semilleros de manzana a los colonizadores. Su afectuoso y generoso carácter, su devota espiritualidad, su interés por los indígenas y los páramos, además de su excéntrica apariencia, lo convirtieron en una leyenda. Logró conocer a Abraham Lincoln y murió de neumonía en 1845.
Paul Buyan, por su parte, es un leñador legendario con la estatura y fortaleza de un gigante que aparece en algunos relatos tradicionales del folclore estadounidense. Un reportero itinerante publicó el primer artículo sobre el personaje en 1906. Al parecer, recogió historias tradicionales entre los leñadores y las adornó con su propio ingenio. La leyenda comenzó a extenderse con la publicación, el 24 de julio de 1910, de The Round River Drive, que incluía la historia sobre un concurso patrocinado por Bunyan en el que Dutch Dake (otro leñador fabuloso y forzudo) y el narrador competían por ver quién derribaba el mayor árbol del bosque.
[2]Gilbert Keith Chesterton (Londres, 29 de mayo de 1874—Beaconsfield, 14 de junio de 1936) fue un escritor, filósofo y periodista británico católico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes. Se han referido a él como el «príncipe de las paradojas». Su personaje más famoso es el Padre Brown, un sacerdote católico de apariencia ingenua, cuya agudeza psicológica lo vuelve un formidable detective, y que aparece en más de cincuenta historias reunidas en cinco volúmenes, publicados entre 1911 y 1935.
[3]El judío errante es un legendario hombre inmortal cuya fábula empezó a esparcirse en Europa en el siglo XIII. En el mito original se relata que un judío (su caracterización concreta varía según las versiones) se burló de Jesús durante el camino hacia la Crucifixión, por lo que Dios lo condenó a «errar hasta su retorno» (el retorno de Jesucristo a la Tierra). Por tanto, el personaje en cuestión debe andar errante por la Tierra hasta la Parusía. La naturaleza exacta de la indiscreción del errante varía en diferentes versiones de la historia (p. ej., que le negó un poco de agua al sediento Jesús), así como varían aspectos de su carácter; se dice en ocasiones que era un zapatero o comerciante, o, según otras versiones, que era el portero de la casa de Poncio Pilato. A menudo se ha visto en el judío errante una personificación metafórica de la diáspora judía, interpretando desde el punto de vista cristiano que la destrucción de Jerusalén habría sido un castigo divino a todo el pueblo judío por la responsabilidad que habrían tenido en la crucifixión de Jesús algunas autoridades religioso-políticas judías, de acuerdo a lo indicado en los evangelios del nuevo testamento.
Esta leyenda es el tema de poemas de Schubart, Schreiber, W. Müller, Lenau, Chamisso, Schlegel, Julius Mosen y Köhler. También inspiró las novelas de Franzhorn, Oeklers y Schücking y las tragedias de Klingemann Ahasuerus, de 1827 y Zedlitz, de 1844. Hans Christian Andersen hizo a su Ahasuerus el ángel de la Duda, y fue imitado por Heller en su poema El viaje de Ahasuerus, desarrollado en tres cantos. Robert Hamerling, en su Ahasver in Rom (Viena, 1866), identifica a Nerón con el judío errante. Goethe escribió el boceto de un poema al respecto, cuyo esquema está en su obra Dichtung und Wahrheit. En Francia, Edgar Quinet publicó su versión épica de la leyenda en 1833 y Eugène Sue escribió su Juif Errant en 1844. Esta última cuenta la historia de Ahasuerus como Herodes, una interpretación muy popular. El poema de 1857 de Grenier sobre este tema puede haberse inspirado en dibujos de Gustave Doré del año anterior. Guillaume Apollinaire hace del judío errante el personaje principal de su cuento Le Passant de Prague, incluido en su libro de cuentos L'Hérésiarque & Cie., de 1910. En Inglaterra se publicó una balada dedicada al tema, en el libro del obispo Thomas Percy Reliques and English and Scotch Ballads, de Francis James Child. Matthew Gregory Lewis le otorga un papel secundario de cierta importancia en la novela gótica El Monje, de 1796. Andrew Franklin escribió el drama The Wandering Jew, or Love's Masquerade, que se representó como opereta en 1797. Percy Bysshe Shelley presentó a Ahasuerus en su Queen Mab. El libro de George Croly Salathiel trató el tema de forma imaginativa en 1828. Rudyard Kipling, por su parte, escribió el cuento The Wandering Jew. Posteriormente, Heinrich Heine y Jean d'Ormesson escribieron novelas sobre la misma leyenda. Stefan Heym escribió Ahasver y Charles Maturin se inspiró en él para crear el protagonista de la novela Melmoth el Errabundo.
[4] Ded Moroz personificaba una fuerza de la naturaleza durante la era precristiana para los eslavos orientales. Aparece en la forma de un anciano, con una larga barba gris, que se pasea a través de los bosques y campos, dando golpes con su Posoh (vara mágica) causando fuertes heladas. El prototipo para Ded Moroz es una deidad eslava, el Señor del invierno, el frío y las heladas. Según una de las versiones, Moroz es el hijo de los dioses Veles y Mara. La traducción literal del nombre es Abuelo Frío, con variaciones como Abuelo Hielo o Abuelo Invierno, entre otras. Aunque en un principio la celebración de la Navidad fue prohibida con la fundación del Estado soviético tras la Revolución rusa, ésta recobró su importancia ya en época de Lenin, aplicando los bolcheviques una estrategia de asimilación de las tradiciones religiosas ortodoxas rusas a la idiosincrasia del Estado socialista y la dictadura del proletariado en la Unión Soviética. La Iglesia Ortodoxa recuperó vínculos más estrechos con el Estado ruso sólo tras la balcanización de la URSS y el ascenso al poder político de una nueva oligarquía postsoviética en 1991. En la última década del siglo XX se adoptaron numerosas modas occidentales incluyendo el navideño Santa Claus pero a partir del año 2000 empezaron a recuperarse las tradiciones eslavas autóctonas y Dez Moroz ocupó su antiguo lugar imitando la mercadotecnia de su rival occidental, al punto de ser considerado el «Santa Claus» de los rusos, tal como señala Gardner en esta introducción.
[5]A continuación, ofrecemos al lector más curioso los fragmentos de Una historia de Nueva York contada por Díedrich Kníckerbocker en los que Washington Irving describe a San Nicolás:
«Y el sabio Oloffe tuvo un sueño, ¡helo aquí! El buen San Nicolás llegó cabalgando sobre las copas de los árboles, en el mismo carro donde lleva sus regalos a los niños cada año. Y descendió bruscamente al sitio en que los héroes de Communipaw habían cenado. Y encendió su pipa junto al fuego, se sentó y fumó; y mientras fumaba, el humo de su pipa ascendía por el aire y se extendía como una nube sobre sus cabezas. Y Oloffe tuvo consciencia de ello, y se apresuró y trepó a la copa de uno de los árboles más altos, y vio que el humo abarcaba una gran extensión de terreno, y al considerarlo más atentamente le pareció que el gran volumen de humo asumía una variedad de formas maravillosas, y en su neblinosa penumbra barruntó palacios, cúpulas y altas agujas, todo lo cual duró sólo un momento y luego se desvaneció, hasta que la visión entera se desmoronó y no quedó nada más que los verdes bosques en torno suyo. Cuando San Nicolás hubo fumado su pipa, la enroscó en la cinta de su sombrero y, poniendo el dedo junto a su nariz, dirigió al asombrado Van Kortlandt una mirada muy significativa, luego montó en su carro y desapareció entre las copas de los árboles.
»Y Van Kortlandt despertó de su sueño muy instruido, despertó a sus compañeros y les contó lo que había soñado, y les interpretó que era voluntad de San Nicolás que se establecieran y construyeran la ciudad aquí; y que en el humo de la pipa había vislumbrado cuán vasta sería la extensión de la ciudad, ya que los volúmenes de su humo abarcaban una muy amplia extensión del país. Y todos con una sola voz aceptaron esta interpretación, excepto Mynheer Ten Broeck, quien declaró que el significado era que sería una ciudad en la que un pequeño fuego provocaría un gran humo, o, en otras palabras, una pequeña ciudad muy vaporosa, o las dos cosas. ¡Ambas interpretaciones, extrañamente, se hicieon realidad!
»Por lo tanto, una vez cumplido felizmente el gran objetivo de su peligrosa expedición, los viajeros regresaron alegremente a Communipaw, donde fueron recibidos con gran regocijo. Y aquí convocaron una reunión general de todos los sabios y dignatarios de Pavonia, y contaron toda la historia de su viaje y del sueño de Oloffe Van Kortlandt. Y el pueblo alzó la voz y bendijo al buen San Nicolás, y desde entonces al sabio Van Kortlandt fue tenido en más alta y distinguida consideración que nunca por su gran talento para soñar, y fue declarado un ciudadano muy útil y un buen hombre de gran rectitud... cuando dormía.
***
«Tampoco debo omitir el registro de una de las primeras medidas de este primer asentamiento, ya que muestra la piedad de nuestros antepasados y que, como buenos cristianos, siempre estuvieron dispuestos a servir a Dios, después de haberse servido a sí mismos. Así, habiéndose instalado tranquilamente y procurado su propia comodidad, pensaron en testificar su gratitud al gran y buen San Nicolás, por su cuidado protector al guiarlos a esta deliciosa morada. Con este fin construyeron dentro del fuerte una hermosa capilla, que consagraron a su nombre; después de lo cual inmediatamente tomó la ciudad de Nueva Ámsterdam bajo su peculiar patrocinio, y desde entonces ha sido, y espero devotamente que siempre lo sea, el santo tutelar de esta excelente metrópoli.
»En este período temprano se instituyó esa piadosa ceremonia, todavía observada religiosamente en todas nuestras antiguas familias de la buena raza, de colgar un calcetín en la chimenea en la víspera de San Nicolás; este calcetín siempre se encuentra por la mañana milagrosamente lleno de regalos para los más pequeños del hogar. Por supuesto, San Nicolás siempre ha sido un gran benefactor, especialmente de los niños.
***
«¡Pequeño burgo tres veces feliz y siempre envidiable!, persevera en su existencia con toda la seguridad de una inofensiva insignificancia, desapercibido y sin envidia del mundo, sin ambición, sin vanagloria, sin riquezas, sin conocimiento y todas las preocupaciones que éste acarrea; y como antaño, en los mejores días del hombre, las deidades solían visitarlo en la tierra y bendecir sus viviendas rurales, por eso se nos dice que, en los días selváticos de Nueva Amsterdam, el buen San Nicolás aparecía a menudo en su amada ciudad, en una tarde de vacaciones, cabalgando alegremente entre las copas de los árboles o sobre los tejados de las casas, sacando de vez en cuando magníficos regalos de los bolsillos de sus pantalones y dejándolos caer por las chimeneas de sus favoritos. Sin embargo, en estos días degenerados de hierro y bronce, nunca nos muestra la luz de su rostro, ni nos visita, salvo una noche al año, cuando arroja sus regalos por las chimeneas de los descendientes de aquellos patriarcas, limitándolos únicamente a los hijos, en señal de su desaprobación de cómo han degenerado sus padres».
***
«Al tratar de estos tiempos tempestuosos, el desconocido escritor del manuscrito de Stuyvesant vuela en un apóstrofe en alabanza del buen San Nicolás, a cuyo cuidado protector atribuye las disensiones que estallaron en el consejo de la liga y la espantosa brujería que colmó toda la tierra yanqui de una oscuridad casi egipcia».
[6]En nuestra sección digital «Biblioteca de curiosidades» encontrará el lector el poema completo de Moore, también conocido como Cierta fría Nochebuena, traducido al castellano y con las ilustraciones originales de F. O. C. Darley.
[7]Este poema, con ocho ilustraciones grabadas en color y que el lector puede consultar también en nuestra colección digital de lecturas, fue publicado en Nueva York por William B. Gilley en 1821 como un pequeño libro de bolsillo. Se desconocen los nombres del autor y del ilustrador. Las ilustraciones, reproducidas litográficamente, son consideradas las primeras muestras de impresión litográfica en los Estados Unidos.
El libro de Gilley, en efecto, incluye algunos elementos importantes en el desarrollo temprano de Santa Claus: su conexión con el frío septentrional, los renos como animales de tiro de su trineo, y su llegada en Nochebuena en lugar del 6 de diciembre, en que antiguamente se celebraba la fiesta tradicional de San Nicolás, como ya hemos apuntado.
Los grabados que lo acompañan, y que el lector puede apreciar también en nuestra adaptación al castellano, son las primeras imágenes de una figura de Santa Claus o Papá Noel. Muestran a «Santeclaus» —«Santiclós» en la versión castellana— vestido con un traje rojo y son la primera referencia a que vestía ese color. Aunque el rojo se había asociado tradicionalmente con las túnicas de los obispos, como las que podría haber usado San Nicolás, el traje que se muestra no es el de un obispo, ni representa la antigua vestimenta holandesa de San Nicolás como la describen Washington Irving y James Kirke Paulding. Santiclós trae regalos sólo a los niños «buenos», y en la primera ilustración se les llama explícitamente «recompensas». Los niños «traviesos» reciben una «vara de abedul larga y negra» cuyo uso como castigo de los padres se considera un «mandato de Dios».
[8]Publicado por nuestra editorial como Cuentos de Mamá Oca.
[9]Publicado por nuestra editorial.
[10]Siracusa (en inglés Syracuse) es una ciudad del centro del estado de Nueva York, Estados Unidos. El lugar, en el extremo sur del lago Oneida, fue una vez el territorio de los indios onondaga y el centro de operaciones de la Confederación Iroquesa. En 2020 contaba con una población de 148 620 habitantes. Su nombre, al igual que el de otras muchas ciudades del país, proviene de una ciudad europea, en este caso, la ciudad italiana de Siracusa. Su nombre original había sido Salt Point (1780), luego Webster's Landing (1786), más tarde Bogardus Corners (1796), Milán (1809), Salina del Sur (1812), Cossits’ Corners(1814), y posteriormente Corintia (1817). El Servicio Postal de los Estados Unidos rechazó este último nombre porque ya existía otra localidad con esa denominación en el estado de Nueva York, por lo que en 1824 se eligió el de la ciudad italiana de Siracusa por su similitud al tener industrias salinas y una localidad cercana llamada Salina.
El área fue visitada por los franceses en el siglo XVII. La hostilidad de los indios y las características pantanosas del terreno impidieron su colonización hasta el establecimiento de un paraje de mercaderes en 1786. Pronto una refinería de sal inició operaciones, abasteciendo de sal a la mayor parte de la nación hasta 1870.
Es un importante puerto emplazado sobre el canal Erie, haciendo el papel de un centro de distribución para la región agrícola central de Nueva York. También se elaboran fármacos y productos electrónicos. Es la sede de la Universidad de Siracusa desde 1870, Le Moyne College y el Museo de Arte Everson, fundado en 1896.
[11]Aparece con anterioridad también en el último cuento de Mamá Oca en prosa o Cuentos de Mamá Oca, «Conejito blanco», cuya protagonista es una niña igualmente llamada Dorotea.
[12]Publicado también por nuestra editorial.
[13]Martin Gardner (21 de octubre de 1914—22 de mayo de 2010) fue un escritor estadounidense de divulgación científica y matemáticas, con intereses que también abarcan la magia y la micromagia, el escepticismo científico, la filosofía, la religión y la literatura, especialmente conocido por sus comentarios escritos a la obra de Lewis Carroll, L. Frank Baum y G. K. Chesterton. Su madre le enseñó a leer antes de que comenzara la escuela, leyéndole El mago de Oz, y esto despertó en él un interés por los libros de Oz de L. Frank Baum que le llevarían a estudiar la obra de este autor durante toda su vida. También fue una autoridad destacada en Lewis Carroll; The Annotated Alice, que incorporaba el texto de los dos libros de Carroll sobre Alicia, fue su obra de mayor éxito y vendió más de un millón de copias. Tuvo interés a lo largo de toda su vida por la magia y el ilusionismo; en 1999, la revista Magic lo nombró como uno de los «100 magos más influyentes del siglo XX». Considerado el decano de los rompecabezas estadounidenses, destacó como un autor prolífico y versátil, que publicó más de 100 libros.
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